CONOCERSE, ACEPTARSE, SUPERARSE. CRECER APOYADOS EN SAN AGUSTÍN
He oído muchas veces que el confinamiento de la primavera nos ha servido para un sano ejercicio de introspección. Ojalá fuera cierto, porque significaría que hemos aprendido a poner las bases de un crecimiento más sano y recto. Como decía el santo, el primer paso es saber qué es uno y quién es uno. De verdad que no es fácil. Ni siquiera es fácil aceptar las vinculaciones del yo: aquello que nos modela, incluso aunque consideremos el yo como pre-existente a las influencias. Digo esto porque las más de las ocasiones, cuando le preguntas a alguien qué es, responde con lo que pone en su tarjeta de visita. Que es cierto, pero es la expresión de una militancia, de una pertenencia. Y sobre todo es lo más fácil. Pero claro que no somos eso, o no solo eso. De modo que en esa peligrosa tarea de conocerse (que siempre está el riesgo de no gustarse mucho), hay que ser franco pero también compasivo.
El segundo pilar es ese: la compasión. Que no es autocomplacencia ni autoconmiseración. Es simplemente aceptar que somos poco, un brillo entre oscuridades, por así decir. Si se piensa, es fácil mejorar partiendo de la asunción humilde de que siempre tenemos mucho que aprender y no tanto que enseñar. Eso es aceptarse. Insisto que no hay nada conformista en esto. San Agustín es el campeón de la humildad, por rara que suene la frase. Lean sus Confesiones, si no me creen.
Siempre tenemos mucho que aprender y no tanto que enseñar.
Humildes y dispuestos: con esos apoyos, sin darnos casi cuenta, podremos pensar en superarnos. Y, con suerte, lo haremos en asuntos que reforzarán lo que algunos, de agustino modo, llamaríamos la vida buena. La que nos haga crecer como ciudadanos, como líderes, como seguidores, como humanos. Como individuos imbricados en la comunidad, el vecindario, el equipo. Porque, puestos a crecer, es mejor hacerlo colectivamente.