ESTADO DE ALERTA TRAS EL ESTADO DE ALARMA

Además de que probablemente Estado de Alarma es una expresión demasiado agresiva para lo que quiere significar (alarma significa literalmente empuñar las armas) tal vez deberíamos pensar en el estado de alerta en el que muchos ciudadanos se encuentran actualmente. Una vez más, el lenguaje parece quedarse corto, porque la alerta se suele aplicar al nivel de riesgo percibido (por ejemplo en los cinco niveles de alerta antiterrorista que maneja el Ministerio del interior). No obstante, el nivel de riesgo percibido, al menos por los ciudadanos responsables, es inevitablemente mayor desde la irrupción de la pandemia. Y para no hablar con eufemismos, mucha parte de la población tiene miedo.

Para tratar de explicarnos ese estado de estrés ante situaciones desacostumbradas, puede que el concepto de inhibición latente nos ayude a descubrir ciertos extremos de lo que pueden estar sintiendo algunos lectores. De manera muy básica, que quien esto escribe no es psicólogo, lo que se quiere explicar es que los estímulos novedosos son percibidos antes por nuestros sentidos, de modo que proporcionan mas tiempo a nuestro cerebro para procesar y decidir. Por ejemplo, un semáforo no lanza preguntas o supone extrañeza para un viandante, pero sí puede hacerlo si es el método para la inspección policial utilizado en un aeropuerto, como sucedía antiguamente en los mexicanos.

“El nivel de riesgo percibido, al menos por los ciudadanos responsables, es inevitablemente mayor desde la irrupción de la pandemia”.

El cerebro ahorra esfuerzo mediante la inhibición latente: al no prestar atención a lo cotidiano puede economizar y no acabar exhausto. Téngase en cuenta que el cerebro consume muchísima energía y que recibe innumerables estímulos a lo largo del día, por lo que el ahorro es importante, como lo es el sueño.

Resulta interesante que personas con altos niveles de creatividad tengan niveles de inhibición latente (el umbral de atención, por así decir) más bajos. Es decir, que se preguntan más a menudo por lo que les rodea, lo que les hace obtener más respuestas. A cambio, puede resultar en una sobre actividad perniciosa si su cerebro no es suficientemente fuerte.

“El cerebro ahorra esfuerzo mediante la inhibición latente: al no prestar atención a lo cotidiano puede economizar y no acabar exhausto”.

Pero, ¿qué pasa cuando es lo cotidiano lo que resulta extraño? ¿Cuándo tus semejantes llevan mascarilla y pueden resultar una amenaza? ¿Cuándo hay nuevas normas, mamparas, hidrogeles, limpieza extrema y peligro cierto? Inhibición reducida, mucha más atención y probablemente, más esfuerzo continuado por la alerta. Finalmente, más estrés. Y el extremo contrario, no percibir el riesgo, es peor solución, incluso.

Tal vez preguntarse sistemáticamente sobre la nueva situación, buscar información contrastada y asumir que hay cambios en el día a día sea la mejor opción para poder transitar por esta nueva cotidianeidad un tanto extraña. Y ayudar a los demás, sea tu equipo o tus conocidos, a integrar las normas en el transcurso de lo normal sea una buena labor para paliar algunos de los efectos de esta situación que en ocasiones pasan desapercibidos. Estar más atento a los demás es también una fuente de creatividad y un signo de inteligencia. No solo emocional.

¿DISTANCIAMIENTO SOCIAL O DISTANCIA DE SEGURIDAD?

Muchos de los lectores conocerán el concepto de marco mental de George Lakoff. Es muy utilizado en política (y hemos podido escuchar a alguna ministra española mencionarlo, lo que es casi como ver a un prestidigitador revelando su truco) y bien gestionado ofrece un método interesante para construir un discurso razonablemente hilado. Lo que viene a expresar es que si una idea constituye, por mor de la insistencia o la redifusión masiva, un marco de discurso (por ejemplo, que tal empresa es socialmente responsable), se verá protegido contra argumentos en contrario, puesto que, como sabemos, lo ideológico es también emocional, y es difícil controlar las emociones una vez se encienden. Esto en teoría, claro, porque hay que recordar que los discursos están siempre en competencia: la retórica ya no vive sin la dialéctica.

No vamos a trabajar aquí en las ramificaciones posibles como la cámara de eco o el trabajo con las redes sociales o las fake news. Esta breve introducción sirve para presentar la idea de que el marco mental se construye sobre todo con lenguaje (aunque recursos y discursos suelen ir unidos) y que por tanto no es inocente. Tampoco es culpable, digamos que es finalista: se hace para algo, y sobre eso es sobre lo que hay que pensar. Viene a colación porque en ocasiones la invención de terminología es excesiva. Siempre que se intenta imponer un lenguaje desde alguna instancia (religiosa, ideológica o administrativa) es nuestro deber sospechar. ¿Para qué se hace? O dicho de otro modo, ¿Qui prodest, quién se beneficia?

El lenguaje, de modo general, cambia por sedimentación, de manera muy lenta. Se dan casos, desde el ámbito, en que se producen cambios rápidos y sancionados por la generalidad de la sociedad (como “calentamiento global” o “finstro”), otros en los que la novedad del hecho requiere invención rápida (como “desescalada”) y que los propios acontecimientos arrumbarán (como “diskette”). Finalmente, hay otros que se presentan con intenciones variadas, muchas veces de aprovechamiento comercial (piénsese en el hecho de correr por la calle sin ser perseguido: empezó siendo footing, cambió a jogging y se ha impuesto running) y en otras ocasiones ideológico.

“Siempre que se intenta imponer un lenguaje desde alguna instancia es nuestro deber sospechar”.

Respecto a la necesidad de nuevo lenguaje por la irrupción de la COVID 19 hay multitud de análisis muy acertados. Solo se trata de señalar el hecho de que hay que pensar bien qué lenguaje queremos usar. Nadie nos obliga a elegir la expresión pretendidamente impuesta. Ni a no usarla. Por ejemplo, la expresión “nueva normalidad” parece un oxímoron. Son términos antitéticos. Si es nueva no es normal y si es normal no es nueva. Pero si hacemos el cambio a “nueva realidad”, por poner un caso, implicaría que el confinamiento era algo irreal, como un sueño o una pesadilla, y así lo ha vivido mucha gente. Probablemente lo que se quiere expresar es más bien que se inaugura un periodo de “nueva normativa”, lo cual, como poco, debería exigir nuestra atención.

Puesto que lo que se impone como modo usual, o como cliché, es también un modo de ahorrar esfuerzos lingüísticos, lo único que se pide es conciencia terminológica: precisamente desde ahí es desde donde se pueden construir discursos afinados y eso es muy importante a la hora de entender cómo hablamos como personas, empresas o instituciones.

“Tenemos que mirar a lo que viene a la cara para afrontarlo mejor”.

Y tengo que confesar ahora mi pecado, contrición y promesa de no volver a caer en la tentación de hablar de “distanciamiento social”. Es una expresión absolutamente desafortunada. La distancia que debemos guardar con los demás es una distancia de seguridad y solo por motivos sanitarios. La segunda acepción de la RAE para “distancia” es “Desunir o separar moralmente a las personas por desafecto, diferencias de opinión, etc.” Necesitamos una distancia de protección, obvio, pero si algo no necesitamos es desunirnos socialmente. Al contrario. Tenemos que mirar a lo que viene a la cara para afrontarlo mejor: salvando empleo, siguiendo las nuevas normas, desescalando sin arrojarnos a un precipicio y tendiendo a los demás, si no la mano para no dar ocasiones al virus, al menos sí el espíritu para sumar fuerzas. Que falta nos hace.

IT’S ALL IN THE GAME

En The wire, una de las mejores (entre las tres primeras, seguramente) series de televisión de la historia, el personaje de Omar, un ladrón que roba a los camellos, suelta habitualmente una frase mientras atraca a sus víctimas: It’s all in the game. Todo esto es propio del juego. Lo que viene a señalar Omar es que es parte del riesgo y la liturgia: él es un actor más, un inconveniente para el negocio pero que es parte de la cadena, como los impuestos o los proveedores. Omar no es el único atracador, sino quien llena ese rol, en ese momento. Es decir, que con su desaparición no se acabará el problema porque otro actor vendrá a llenar el hueco.

Pero el juego, en The Wire, delimita más cosas: no se atraca ni se mata en domingo, porque hay que acompañar a las abuelas a misa. No se mata a gente que no está en el juego. Y así una serie de reglas sutiles que proporcionan una estructura coherente y unas reglas para cada partida, incluso aunque “el juego” sea violento en extremo: no se delata a nadie, no se espera que la ley actúe, etc. El juego, por tanto, delimita las reglas, y no es extraño que los jugadores rechacen a quien se las salta. La norma o la ley dicen cosas, la etiqueta dice otras. Y pese a que son distintos rangos, la etiqueta es importante porque tiene que ver con los símbolos antes que con las acciones.

“Es importante entender la normativa subyacente de las relaciones culturales y sociales en la empresa”.

El manejo de la regla simbólica proporciona ventajas y prosperidades. Es cierto que debe ir acompañada de acciones, pero no es menos cierto que precede y enmarca a estas. Por decirlo de otro modo, vístete para el trabajo que quieres, no para el que tienes.

Las sociedades y cualquier micro-agrupación, como las empresas o los clubes de Scrabble, tienen una serie de normas que es conveniente entender y aplicar en beneficio de la fluidez del juego. Como expresa Jon Elster, si un señor se presenta a una entrevista de trabajo en una empresa digamos tradicional con una chaqueta de cuero rosa, lo menos que se puede pensar es que no le importa la norma social y desde ahí inevitablemente se llega a concluir que no le importa el acto social.

El juego se pierde por aspectos menos evidentes que este, y uno de los principales es el ajuste discursivo. No se trata tanto de amoldar el lenguaje a la audiencia, que también, sino de ajustarlo al juego. Y esto tiene que ver con una gestión del espacio emocional, de modo que entendamos cuándo es adecuado utilizar el humor, las anécdotas personales, una voz tonante o un ritmo pausado.

The Wire proporciona una maravillosa colección de sutiles reglas convenidas y los puentes de conexión entre mundos distintos. Uno puede llegar a entender cómo los camellos en el fondo son parte la cadena de producción de policías o periodistas. Pero lo más importante es que la mayoría de personajes que caen en desgracia (y eso en la serie tiene consecuencias muy graves) lo hacen no solo por saltarse la ley, sino en muchas ocasiones por atentar contra la etiqueta del juego. Observando la serie desde esa posición es posible entender con claridad la importancia de respetar lo no escrito o escrito en el aire: el beneficio se obtiene de manera evidente porque el discurso dominante puede ser entonces modificado.

Y aunque es un ejemplo extremo, es aplicable a cualquier escenario, incluida la empresa.