LA SONRISA DUCHENNE O LA AMABILIDAD COMO TERAPIA

Guillaume Duchenne (1806-1875) fue un investigador francés que da nombre a esa sonrisa que involucra el alma entera, y que se nota (aunque con entrenamiento…) en las patas de gallo: tan odiadas como estupendas. Uno puede sonreír como Joker, como un político que se molesta en hacerlo (cada vez se disimula menos, la verdad) o con una de esas que solo mueven una de las comisuras de la boca y que suelen ser más bien expresión de sarcasmo, cansancio o cinismo.

Esto se sabe desde el siglo XIX, que es cuando Duchenne deja claro que se sonríe con los ojos a base de probar con estimulaciones eléctricas. Si la sonrisa se limita a los músculos de la boca es una sonrisa social y valiosa: al menos una muestra de respeto y reconocimiento. De urbanidad, como se decía antiguamente.

Uno puede sonreír como Joker, como un político que se molesta en hacerlo o con una de esas que solo mueven una de las comisuras de la boca…

Lo repito a menudo: la mascarilla no tapa las emociones y la zona de las cejas aporta un enorme caudal de información sobre nuestro estado emocional. De hecho, han sido clave en nuestra evolución como animales sociales: mediante sus movimientos, podemos saber cuál es el estado emocional de los demás. Es cierto que la información no es completa pero sí muy importante.

Decía Dostoievski que cuando se va a un balneario no se sabe muy bien si lo que cura es tomar las aguas o los buenos modales. Si a esos les sumamos una alegría sincera por encontrarnos con otros seres humanos…

¿ES USTED UN GENTOIDE?

“Philip Ball es químico, físico y editor de la revista Nature y tiene la rara cualidad de no dejarse encerrar por las disciplinas, lo que otorga a su obra un carácter globalizador que hace de sus argumentaciones (en ocasiones algo complejas para quien no tenga cierto dominio de los básicos de la ciencia, pese al esfuerzo por poner en el más sencillo lenguaje posible las ideas) un caleidoscopio de metáforas que iluminan determinados comportamientos de los mercados, las organizaciones, el tráfico rodado, la creación de los senderos en los jardines o el urbanismo”.

Así comenzaba una reseña que publiqué en la revista del Instituto de Auditores Internos hace ya más de 10 años. Criticaba el libro “Masa crítica: cambio, caos y complejidad”, de Philip Ball, un texto interesante y plagado de ideas que me sorprendieron en su día y sobre las que he seguido pensando con los años.

Hay que contemplar la interactividad como generadora de desequilibrio, necesario e inherente al concepto de cambio…

Copio algún párrafo más:

“La idea central del libro es que podemos encontrar curiosos parecidos entre, por ejemplo, el comportamiento de las partículas en un gas y los movimientos de masas de la sociedad (ergo de organizaciones sociales como las empresas) […] Ball presenta incluso un tratamiento que reduce (solo a efectos de estudiar el comportamiento en modelos informáticos) a las personas a peoploids, o gentoides, de gran utilidad para estudiar cómo diseñar zonas de paso o salidas de emergencia, y que muestran características similares al comportamiento de los gases”.

Como a veces la vida imita a los libros, no hace tanto me encontré en una situación que me hizo sentir como un gentoide: alguien despojado de su individualidad por mor de cumplir las normas de protección de la COVID 19 (Voluntariamente y con pleno convencimiento, quede claro) pero conducido de modo digamos que poco cortés por una persona a la que superaban los nervios. La responsabilidad, la juventud del “guardia de tráfico” en aquel auditorio y probablemente una formación insuficiente hicieron que se produjera una situación innecesariamente desagradable que no pudo, empañar el disfrute de volver a escuchar una sinfonía de Beethoven. Volví a leer aquella crítica y me quedo para finalizar este post con aquel final, que a veces las casualidades hacen el trabajo, aunque probablemente Ball se pondría a buscar un ejemplo en las ciencias que lo explicara:

Ball proponía en ese libro el concepto de econofísica, y yo me pregunto por el de sociofísica.

“Y una buena parte del libro se dedica a estudiar la interactividad como generadora de desequilibrio, necesario e inherente al concepto de cambio, entre las opciones que los operadores podrían tomar. Ésta es probablemente la vena más fértil, porque en el fondo, a nuestro entender lo que se produce es la iluminación de facetas nuevas en problemas viejos, basados en intentar predecir los actos de los demás para controlar el tablero, lo cual es probablemente ilusorio. Pero es de ahí, precisamente de donde surge la posibilidad de mejorar las habilidades de relación, las soft skills, como medio, si no de mejorar la visibilidad, si de proporcionarnos bastones más largos para andar por el camino de la incertidumbre, pues la predicción estadística, asuma la curva de distribución de probabilidades que asuma, parece servir más como guión que como guía”.

Que se nos puede tomar como gentoides, pero no como ganado.

CONOCERSE, ACEPTARSE, SUPERARSE. CRECER APOYADOS EN SAN AGUSTÍN

He oído muchas veces que el confinamiento de la primavera nos ha servido para un sano ejercicio de introspección. Ojalá fuera cierto, porque significaría que hemos aprendido a poner las bases de un crecimiento más sano y recto. Como decía el santo, el primer paso es saber qué es uno y quién es uno. De verdad que no es fácil. Ni siquiera es fácil aceptar las vinculaciones del yo: aquello que nos modela, incluso aunque consideremos el yo como pre-existente a las influencias. Digo esto porque las más de las ocasiones, cuando le preguntas a alguien qué es, responde con lo que pone en su tarjeta de visita. Que es cierto, pero es la expresión de una militancia, de una pertenencia. Y sobre todo es lo más fácil. Pero claro que no somos eso, o no solo eso. De modo que en esa peligrosa tarea de conocerse (que siempre está el riesgo de no gustarse mucho), hay que ser franco pero también compasivo.

El segundo pilar es ese: la compasión. Que no es autocomplacencia ni autoconmiseración. Es simplemente aceptar que somos poco, un brillo entre oscuridades, por así decir. Si se piensa, es fácil mejorar partiendo de la asunción humilde de que siempre tenemos mucho que aprender y no tanto que enseñar. Eso es aceptarse. Insisto que no hay nada conformista en esto. San Agustín es el campeón de la humildad, por rara que suene la frase. Lean sus Confesiones, si no me creen.

Siempre tenemos mucho que aprender y no tanto que enseñar.

Humildes y dispuestos: con esos apoyos, sin darnos casi cuenta, podremos pensar en superarnos. Y, con suerte, lo haremos en asuntos que reforzarán lo que algunos, de agustino modo, llamaríamos la vida buena. La que nos haga crecer como ciudadanos, como líderes, como seguidores, como humanos. Como individuos imbricados en la comunidad, el vecindario, el equipo. Porque, puestos a crecer, es mejor hacerlo colectivamente.