En The wire, una de las mejores (entre las tres primeras, seguramente) series de televisión de la historia, el personaje de Omar, un ladrón que roba a los camellos, suelta habitualmente una frase mientras atraca a sus víctimas: It’s all in the game. Todo esto es propio del juego. Lo que viene a señalar Omar es que es parte del riesgo y la liturgia: él es un actor más, un inconveniente para el negocio pero que es parte de la cadena, como los impuestos o los proveedores. Omar no es el único atracador, sino quien llena ese rol, en ese momento. Es decir, que con su desaparición no se acabará el problema porque otro actor vendrá a llenar el hueco.
Pero el juego, en The Wire, delimita más cosas: no se atraca ni se mata en domingo, porque hay que acompañar a las abuelas a misa. No se mata a gente que no está en el juego. Y así una serie de reglas sutiles que proporcionan una estructura coherente y unas reglas para cada partida, incluso aunque “el juego” sea violento en extremo: no se delata a nadie, no se espera que la ley actúe, etc. El juego, por tanto, delimita las reglas, y no es extraño que los jugadores rechacen a quien se las salta. La norma o la ley dicen cosas, la etiqueta dice otras. Y pese a que son distintos rangos, la etiqueta es importante porque tiene que ver con los símbolos antes que con las acciones.
“Es importante entender la normativa subyacente de las relaciones culturales y sociales en la empresa”.
El manejo de la regla simbólica proporciona ventajas y prosperidades. Es cierto que debe ir acompañada de acciones, pero no es menos cierto que precede y enmarca a estas. Por decirlo de otro modo, vístete para el trabajo que quieres, no para el que tienes.
Las sociedades y cualquier micro-agrupación, como las empresas o los clubes de Scrabble, tienen una serie de normas que es conveniente entender y aplicar en beneficio de la fluidez del juego. Como expresa Jon Elster, si un señor se presenta a una entrevista de trabajo en una empresa digamos tradicional con una chaqueta de cuero rosa, lo menos que se puede pensar es que no le importa la norma social y desde ahí inevitablemente se llega a concluir que no le importa el acto social.
El juego se pierde por aspectos menos evidentes que este, y uno de los principales es el ajuste discursivo. No se trata tanto de amoldar el lenguaje a la audiencia, que también, sino de ajustarlo al juego. Y esto tiene que ver con una gestión del espacio emocional, de modo que entendamos cuándo es adecuado utilizar el humor, las anécdotas personales, una voz tonante o un ritmo pausado.
The Wire proporciona una maravillosa colección de sutiles reglas convenidas y los puentes de conexión entre mundos distintos. Uno puede llegar a entender cómo los camellos en el fondo son parte la cadena de producción de policías o periodistas. Pero lo más importante es que la mayoría de personajes que caen en desgracia (y eso en la serie tiene consecuencias muy graves) lo hacen no solo por saltarse la ley, sino en muchas ocasiones por atentar contra la etiqueta del juego. Observando la serie desde esa posición es posible entender con claridad la importancia de respetar lo no escrito o escrito en el aire: el beneficio se obtiene de manera evidente porque el discurso dominante puede ser entonces modificado.
Y aunque es un ejemplo extremo, es aplicable a cualquier escenario, incluida la empresa.